Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras, cuida tus palabras porque se transformarán en actos. Cuida tus actos porque se convertirán en costumbres. Cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter porque creará tu destino. Y...tu destino será tu vida. Ghandi.

20 agosto 2008

El alba de Barcelona

TEXTO: I. DE LA TORRE / C. GAYÀ
FOTOS: MARTÍ FRADERA
http://www.elperiodico.com/

Son solo tres horas, de las 6.30 a las 9.30, cuando Barcelona se puede ver sin que la oculte el decorado turístico por el que queda engullida el resto del día y de la noche. Solo si se madruga --y se vale la pena hacerlo-- se saborea la ciudad con todos sus matices; sus defectos y sus genialidades. En esos 180 minutos, el caminante vuelve a sentir que puede caminar por una ciudad que huele a mar; que tiene nubes y vecinos; que rezuma a historia, y que es una amalgama de piedra, asfalto, ángeles, gárgolas.
Claro que, pese al sueño, el observador es consciente de que el silencio espeso que reina a esa hora acabará en breve y empezará la guerra del codazo. A las 9.30 horas, máximo a las 10.00, la ciudad quedará desdibujada por el efecto de la masa turística. Rostros sin caras, chicles pegados a la chancla, pisadas sin pies, olor a sudor y a crema solar. Ese pensamiento demoledor hace apurar el paso: hay que ver el centro, saborearlo, contemplarlo antes de que los ejércitos de turistas desplacen al caminante. Es solo un momento de apuro. La brisa marina de esa hora adelantada recuerda al madrugador que no son horas para el estrés ciudadano.

INVISIBLES
Las 6.30 de la mañana y el centro de Barcelona lleva, por fin, 40 minutos callado. Los últimos turistas se están despidiendo de la Rambla y las pocas fuerzas que les quedan les impiden hacer más ruido. A su lado, casi invisibles, pasan algunos trabajadores que desfilan --ellos sí, en silencio monacal-- hacia el metro, hacia los autobuses.
El silencio es tal que por las calles que desembocan a la Rambla se escuchan los despertadores que claman a levantarse para ir a la mezquita, al horno, a las cocinas, al mercado de la Boqueria a preparar los puestos. La noche ha sido ruidosa y la alarmas suenan hasta 15, 16 veces. Luego, también callan.
El viento provoca un escalofrío de placer. Y, de nuevo, un pensamiento sombrío. En solo tres horas, el Raval, la Rambla, la plaza de Catalunya --el centro de la ciudad-- volverá a ser un horno humano; un lugar imposible para caminar; un selva de codazos.
A las 6.30, 7.00, 8.00 horas, por la Rambla, se puede ir a piñón fijo; sin esquivar más que a algunas prostitutas que apuran el turno y a algún borracho que ya ni siquiera molesta. La Rambla es quizá el único rincón del centro con vida. A unas calles, en la plaza de la Catedral, no se ve ni un alma. Por no haber, ni siquiera las palomas son el peligro que serán en unas horas. Clarea y el observador se percata de que la escalinata de la catedral existe --en unas horas los estadounidenses la harán desaparecer como por arte de magia-- y de que los adoquines de la calle del Bisbe siguen donde han estado desde hace siglos. A las 11.00, estarán ocultos por los cuerpos de los nórdicos y las sombrillas de los japoneses.
A las 7.10 horas, en plaza de Catalunya, se pueden ver desde las nubes rojizas del primer sol hasta la baldosas rojizas del suelo. En poco tiempo, miles de turistas sudorosos borrarán cualquier escala de colores. Siempre el mal augurio; la certeza de que esas tres horas nada tienen que ver con las 21 horas del resto del día. Frente al Triangle, un señor batalla con una escoba con las colillas. Barre con calma. Tiene tiempo y, sobre todo, espacio para un ritual que ya no se ve durante el resto del día.
Quizá es la calle de Montcada el enclave que más impresiona cuando está desierto. Acostumbrados a no verla, ahora vuelve a ser esa calle medieval en la que convivieron condesas y vampiros. A las 9.37, empezará la cola frente al Museo Picasso. Ocupará toda la calle; ocultará las ventanas; tapará los palacios. Aún falta una hora para que eso pase. Alivio y suspiros. A las 8.30 horas, el eco de los pasos propios es lo único que se oye. A las 9.15, se anuncia el zumbido de la marabunta turística. Desde el puerto, salen los buses hacia Montjuïc. Hay que ganarles la contra reloj. A las 10.00 horas, un tupido y espeso velo de turistas ocultará la ciudad y Barcelona ya no se podrá ver, saborear, caminar.



9.30 h.


11.45 h. MÁS DE 535.000 PERSONAS SE PASARON POR ESTE PARQUE EN EL 2007


7.30 h. PLAZA DE CATALUNYA.


12.00 h.

MÁS INFORMACIÓN
Madrugar para disfrutar BCN (II)
Madrugar para disfrutar BCN (III)
Madrugar para disfrutar BCN (IV)

2 comentarios:

Sugarglider dijo...

El alba es un momento de espera, de impás, tanto en la ciudad como en el campo... hay una quietud especial en esos instantes que preceden a la salida del sol... lo dijo Wenceslao Fernandez Florez en "El Bosque Animado", y, de forma muy parecida Vikram Chandra en "Tierra Roja y LLuvia Torrencial"...

Recuerdo un alba maravillosa en Oviedo, una vez que me equivoqué de autobús y aparecí allí a las cuatro de la mañana, sin otra cosa que hacer que pasear por sus calles húmedas y desiertas, y acercarme a saludar a la Catedral y a la Regenta... y luego, a la calle Uría, para ver a Woody Allen...
Y los amaneceres veraniegos de Madrid, el cielo rojo, y, las más de las veces, la ilusión del fresquito matinal, que quedará como recuerdo agradable en el infierno del medio día...

núria dijo...

Si en una megápolis no aprovechas esos momentos del alba, te vuelves loco.

Por eso he querido guardar este artículo...p'acordarme que tengo salvación! :)