Cuida tus pensamientos porque se volverán palabras, cuida tus palabras porque se transformarán en actos. Cuida tus actos porque se convertirán en costumbres. Cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter porque creará tu destino. Y...tu destino será tu vida. Ghandi.

08 febrero 2009

Jacinto Antón



RBA reune en un libro las vibrantes crónicas periodísticas de Jacinto Antón

PILOTOS, CAIMANES Y OTRAS AVENTURAS EXTRAORDINARIAS
de Jacinto Antón
RBA LIBROS

Me confieso seguidora entusiasta de este cronista.

Por eso me alegro y muchísimo que hayan decidido publicar una recopilación de sus crónicas. Me ahorran faena.

No les entusiasma a los directores de diarios que sus articulistas elogien a colegas de la competencia. Se comprende: esto podría incitar a los lectores a comprar otros diarios. Y con los tiempos que corren... Por este motivo no les había hablado hasta hoy de lo que escribe Jacinto Antón en El País.Pero el mes que viene, RBA reunirá una selección de sus textos en el libro Pilotos, caimanes y otras crónicas.De modo que ahora sí que puedo referirme a lo de Jacinto sin temor a ser amonestado. Eso espero, vamos.

Jacinto Antón es un periodista fascinado por la aventura y las gestas heroicas: una rara avis (...)

En lo tocante a lo formal, Antón nos sirve sus historias envueltas en prosa cuidadísima y humor autoparódico.


http://www.lavanguardia.es/cultura/noticias/20090111/53614995958/aventuras.html

Iré dejando aquí los enlaces de los que encuentre en la red:


Historia de un casco
JACINTO ANTÓN 05/12/2003

Adelante, adelante, a todo gas, entre el humo acre, sorteando los carros de combate incendiados... "Pero, hombre de Dios, ¿adónde me va usted con ese casco?". Las palabras del agente de la Guardia Urbana que me había dado el alto disolvieron la ensoñación. Yo ya no galopaba sobre una poderosa moto como el oficial alemán Diestl (Marlon Brando) en la célebre secuencia de El baile de los malditos. Entre las piernas llevaba sólo un triste ciclomotor y el día gris y desabrido en un chaflán de Pau Claris carecía de la grandeza de los horizontes del desierto libio retratados en esa escena de la película. No me parezco mucho a Brando, pero -eso sí- me tocaba con un flamante casco de acero nazi. "Pues qué quiere que le diga, será flamante, pero no cumple las especificaciones", observó desapasionado el agente. Le discutí que para detener la metralla no tenía rival y que, en cambio, el de Apollinaire no protegió al poeta en el 16, cerca de Verdún, pero hube de convenir con el guardia que mi casco era considerablemente pesado y carecía de barbuquejo. Acordamos que él me multaba y yo me llevaba a casa la épica y a Apollinaire.

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Cocina para serpientes
15/11/2008

Todos tenemos un lado oscuro. El mío pasó a ser absolutamente siniestro la otra noche cuando le serví una cena fría a la serpiente.
Fui a comprar un ratón a Mister Guau, consciente de que el reptil de casa llevaba mucho tiempo en ayunas y se le había puesto ya expresión hosca. Tras un rato esperando durante el cual intimé con el desafecto propietario de una pitón que venía a por una rata, me explicaron que estaban desabastecidos de comida animada y me propusieron adquirir roedores congelados. Me enfrasqué con el dependiente en una de esas conversaciones que pueblan nuestros sueños más surrealistas. "Es ideal, los guarda en la nevera y se los sirve cuando quiere". "Sí, pero la serpiente sólo me come presas vivas", aduje preocupado. "Le gustarán, se los descongela y ya está, resulta muy práctico". Acepté a regañadientes. Me parecía una solución tan peregrina como la de Baumann, el herpetólogo alemán que inducía a sus boas a tragarse cualquier cosa -incluso tomates y hasta cigarros- restregando el alimento con secreciones de una piel de rana. Pero no me atrevía a volver a casa con las manos vacías y afrontar la mirada de reproche de la serpiente: ya hay demasiada gente a la que he decepcionado.
El dependiente dejó el mostrador y regresó con dos minúsculos ratoncillos blancos. Parecían dormidos, y algo tiesos. Se puso a hacer el ticket de caja silbando por lo bajo. "Recuerde que no se pueden poner en el microondas: explotan; prepárelos al baño María", apuntó sin levantar la vista. Tragué saliva. Con tono supuestamente mundano, le pregunté si no tendría algún percance por no meterlos directamente en el congelador. Iba al trabajo, añadí, y estaría toda la tarde en el diario, donde ponen la calefacción muy alta. Una vez se me escapó un ratón vivo en la redacción -fue la época en que mi vecina de mesa, Lourdes M., decidió irse a vivir a Australia-. Me sería más difícil explicar por qué llevaba conmigo dos especímenes en vías de descomponerse. "Nada, nada, aguantan un buen rato". Los colocó como si fueran golosinas en una cajita transparente. A la salida, una señora exclamó: "¡Qué bonitos!". Pero luego observó que había algo raro en las criaturitas y puso cara de haber visto al bebé de Rosemary (y a su padre).

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Guau, guau, ¡vaya guerra!
17/12/2006

Delfines detectores de bombas, perros espías y rescatadores, palomas paracaidistas… tuvieron una intervención decisiva en las guerras mundiales. Una exposición en el Imperial War Museum de Londres recuerda el papel que desempeñaron los animales en los conflictos bélicos

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